Atravieso la noche, esta noche cualquiera que recobra sentido a mi paso. Camino como si no fuera de este mundo. Llevo un trench negro abierto que embolsa la brisa, aquella misma que rompe contra mi cara. Voy dando pasos presentes, reconociendo cada centimetro de cuerpo siendo afectado por la ciudad, sus sonidos, sus olores, sus seres humanos que me cruzan.
El pecho abierto, la voz liberada, preparada para salir cuando fuera necesario. Aunque en este caso fuera dar un grito emocionado de plena libertad ofrecida a la vida misma.
Hace dias que llevo conmigo este deseo incontrolable de vida. La mia. Y aparejado a ello, la dimension total de mi cuerpo y de alma se despliega, se multiplica, recorriendolo todo, siendo parte de todo lo que respira y vive y canta.
Simplemente saber que Existe.
Que el anhelo del espiritu es escuchado.
Que las respuestas saben presentarse en forma de angeles del cielo,
y que el amor que siento ya no me pertenece.
Lo suelto, lo hago volar como un mirlo al viento, devolviendome lagrimas abiertas al mundo entero.
Me encontré una planta abandonada en la puerta de mi edificio.
Supe que era para mi. La había pedido a la tierra. La había soñado.
Ahora los gatos la miran, la integran, le dan calor.
La vida.
La vida y el amor.
El pecho abierto
y la necesidad de que se oiga, de lejos, o de cerca. Mejor de cerca...
Y que escuchen los que puedan oir
mi llamado extatico
de comunion.
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