Hay un momento en la vida de una mujer, un punto de corte, en donde ya no se le pide al cuerpo que exprese, genuino, toda su intensidad. Ese momento, surcado por algún acontecimiento particular, o no, te enfrenta al espejo: Un rostro con pieles diferentes, de colores diferentes, texturas diferentes, todo en uno. No, ya no se le pide al cuerpo que se muestre tal cual es. En cambio, se enmascara, se esconde, se disfraza de un contorno particular. Propio, pero uniforme. Ya no más surcos, poros, tonalidades. No. Demasiada incontrolable intensidad para un rostro.
Me tapo. Me quiero ocultar, porque ya no es posible negar el flujo que, con fuerza desmedida, brota de mis ojos, de mis comisuras, de los finos pliegues que con delicadeza trazan mi frente. Hay algo que quiere salir, que ya no puedo ni debo frenar, aunque lo siga intentando.
Volverme mujer. Volverme mujer a cuestas de una pérdida. Ser parte de esa esencia mujer, por primera vez. Relacionarme con esa esencia desde dentro, y ya no más desde afuera, desde algo ajeno.
Me miro al espejo, pero tengo que pintar mi rostro, devenir femenina, para soportarme. Es casi una necesidad. Es casi una afirmación de ser. De ser yo. Ya no me puedo sostener por mi misma, desde lo inconciente. Hubo una perdida, y la necesito compensar dentro mío.
La intimidad. Se me escapa, se muestra. Se me muestra. Acá estoy y me duele tanto. Me vuelvo a mirar al espejo, ojos tristes. Soy muy pequeña, pero me recorre un dolor arcaico, viejo, maduro. Los años se expanden, se vuelven elásticos, concentran dentro miles de años que pasan veloces. La vejez me aborda sin que el cuerpo lo note, pero aún así me acicalo, me pinto, no vaya a ser que esto que se me rebalsa, sea tan evidente. Se cae de mí. Lo se.
Quiero escapar de mí. Quiero convertirme en otra cosa. En agua. En piedra. Quiero morir, pero no matarme, y estoy aquí, esperando con ansias.
Esperar. Que hago con esta espera? En qué la transformo? No quiero morir en vida, quiero vivir en muerte, como una pluma blanca al viento. En vida también quiero vivir, mientras espero la vida de la muerte. Quiero vivir.
Me tapo. Me quiero ocultar, porque ya no es posible negar el flujo que, con fuerza desmedida, brota de mis ojos, de mis comisuras, de los finos pliegues que con delicadeza trazan mi frente. Hay algo que quiere salir, que ya no puedo ni debo frenar, aunque lo siga intentando.
Volverme mujer. Volverme mujer a cuestas de una pérdida. Ser parte de esa esencia mujer, por primera vez. Relacionarme con esa esencia desde dentro, y ya no más desde afuera, desde algo ajeno.
Me miro al espejo, pero tengo que pintar mi rostro, devenir femenina, para soportarme. Es casi una necesidad. Es casi una afirmación de ser. De ser yo. Ya no me puedo sostener por mi misma, desde lo inconciente. Hubo una perdida, y la necesito compensar dentro mío.
La intimidad. Se me escapa, se muestra. Se me muestra. Acá estoy y me duele tanto. Me vuelvo a mirar al espejo, ojos tristes. Soy muy pequeña, pero me recorre un dolor arcaico, viejo, maduro. Los años se expanden, se vuelven elásticos, concentran dentro miles de años que pasan veloces. La vejez me aborda sin que el cuerpo lo note, pero aún así me acicalo, me pinto, no vaya a ser que esto que se me rebalsa, sea tan evidente. Se cae de mí. Lo se.
Quiero escapar de mí. Quiero convertirme en otra cosa. En agua. En piedra. Quiero morir, pero no matarme, y estoy aquí, esperando con ansias.
Esperar. Que hago con esta espera? En qué la transformo? No quiero morir en vida, quiero vivir en muerte, como una pluma blanca al viento. En vida también quiero vivir, mientras espero la vida de la muerte. Quiero vivir.
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