I
Se encuentra ilesa aún, la puerta hacia todas las puertas. Impenetrada la estela que la rodea, acoge el silencio encarnado en expresión desnuda; femenino fluir de misterio; sensualidad acogida, in-derramada. Y dentro. Dentro Ellas. Solo se sabe que si hablamos del interior de la puerta, hablamos de Ellas.
— Solía soñar con una puerta lejana, posterior a un pasillo infinito de nada; de abismo gris que se alejaba. — Eran tal vez otros tiempos los que cuentan de aquellas señales oníricas, según dicen, emanadas desde lo que hay detrás de todo y de nada, en las fauces de las Damas de las Puertas Cerradas. Dicen que en sueños llamaban al impávido, al imperturbable; seduciéndolo con lo arcano de sus impolutas esencias, y que no había acaso remedio que apacigüe el deseo privado, subyacente y desgarrante que en velo sabía impredecir al más cauto.
Entre Ellas, existe Ella. No evidencia distinción alguna con respecto a otras Ellas ni en apariencia ni en forma; ni en gestos, ni en decisiones protocolares concretas. Pero existe Ella, cuando observa las estrellas en el momento en que debería fijar su atención en la Luna. Existe Ella cuando su perfume sabe escaparse por la cerradura de la Gran Puerta inducido por su voluntad secreta e invisible. Ella existe en su diferencia ínfima respecto a todas Ellas.
II
El Silencio arquetípico y esperado, solía romperse a las horas de la tarde, horas de recreatividad dócil. Las pequeñas muchachas correteaban con sus sotanas brillantes por los parques obtusos, jugando a las escondidas y riendo. Cuando deseaban lluvias, se dirigían al círculo del agua infinita a descifrar las historias que cada gota trae consigo. Allí en donde la humedad del cielo no sabe cesar, es donde se encontraba Danae, antes del Solsticio de Verano que debería presenciar por vez primera.
Como cualquier muchachita de 17 años consagrada a Elis, Danae sabía que Rhizoma era un mundo hostil, que pertenecía a una estirpe destinada a la purificación paulatina del conflicto, y que, básicamente, existían dos facciones en el plano terrestre, con las cuales no debía intentar comunicarse. Nunca supo bien la razón; simplemente se atenía a repetir que la Orden del Polvo no hacía más que blasfemar a Dios, protegiendo fanáticamente un gran Templo de Arena, y que el Sacerdocio del Caos, era el extremo mal para la sociedad, en sus preceptos azarosos y delirantes, y sus adeptos; seres manipuladores y mentirosos. Tales eran las leyendas del mundo exterior, aún desconocido para ellas.
Las gotas caían con pesadumbre en las vestiduras y en el rostro de la niña. Bastaba la mera voluntad, para que uno de aquellos segmentos de agua murmurase algún secreto. Lo difícil era saber escuchar y comprender los mensajes, y por esta razón, no significaba más que un juego. La Maidana y algunas Damas de alto rango, eran las únicas con el nivel de descifrar los misterios, y a ellas acudían las niñas cuando la curiosidad picaba más de la cuenta. Las Damas mayores leían de este modo el destino de cada pequeña, percatándose de aquello más acorde para su formación y misión en la vida, pero solo ellas sabían la importancia de esta aparente y lúdica acción.
Ese día Danae no tuvo deseo de correr hacia el regazo de la Maidana en busca de alguna interpretación metafórica y hermética con la cual divertirse. Guardó su secreto en lo más profundo de su corazón, sabiendo que ella sola iba a dilucidarlo muy pronto.
III
Desde los adentros, una vela encendida y estática ilumina el predio en soledad. Las paredes húmedas lo tiñen todo de un verde amorfo, cambiante, generador de formas abstractas que surcan todo el ambiente, esperando ser descubiertas. Un golpe seco hace flamear con furia la llama. Las paredes se estremecen de dibujos húmedos que ahora parecen vivos. El cetro de marfil negro se clava en el suelo, firme. El solo vaivén de la vestidura de quien ahora observa sin pasiones la sala, produce ecos armónicos que se expanden hacia el infinito. Solo la Luna, y esto es leyenda, recibe conciente el mensaje y es cuando sabe desaparecer.
El Solsticio de Verano comienza con un ruido sordo en el suelo de la gran sala. Es la única fuerza que perturba a la llama eterna, anunciando la ceremonia central de Antepasados, antepasados que se hallan dentro de todos los vivientes. Precedida de tres Damas tatuadas con las sagradas caligrafías, La Maidana penetra el tablero ceremonial. Su cabello negro nunca ha sido cortado y cubre prolija y parcialmente su torso desnudo y pálido. En sus manos una ofrenda floral al Dios Supremo. Las Damas tatuadas portan la sal, el agua y el arroz purificados por la piedra caliza a la altura de sus ojos, para no corromper el sagrado acto de su purgación previa. Lentamente, comienzan a iluminarse los rostros de incontables damas, que ya se han ubicado en sus tabulares de oración. Tres reverencias y tres palmadas inician el sagrado oficio.
— Mae metse aliquid
Ashimo i nes agor et inem at quo
sume me i coneidun saadin aeerines
tsukushei anualita mita nai
quitabe ate naalis mendilun
Harae at elis machis pitseenesi
Hameidun lares avelin decetos
uune maeido lakamos idum
ooet leibit oof
nim ei ales
ain denme ales baeteris
silira lat acos maico idem
tremens eidinuim valeidos alos
duut nos
Miro ai ete
letzte dans larete
Oshi em ete
anfang dans larete
kannagara ala I dans larete —
Dicen que la vibración que conlleva el cántico de las Damas de las Puertas Cerradas puede sanar instantáneamente a quién lo escucha. Pero dicen también que solo pocos son aquellos que perciben su suave brisa sonora. Es por eso que se guardan de la sociedad y sólo en ocasiones particulares se muestran en las artes del teatro; teatro que da cuenta de la ilusión aparente del cosmos. No es común ver a una Dama de las Puertas Cerradas deambular por la ciudad. Lo hacen solo en ocasiones en las que la sociedad amerita su presencia diplomática, importante por su temple y objetividad al juzgar un evento.
IV
— El Sol ha escuchado hoy mi canto. No encuentro mi lugar, mi piel se agrieta con la brisa polvorosa que sopla desde el infinito Este, resquebrajando los dibujos que la acarician en negro tinte. Hace días que no decoro mi rostro con aceites de marfil y mis ojos decaen. Algunos se preguntarán por qué es que escribo estas palabras; por qué es que las hago circular por fuera de mi silencioso templo interno. Aún no lo puedo definir.
Hoy presencié por primera vez la Ceremonia del Solsticio de Verano. Tal vez es por eso que escribo, ya que ha sido a la vez mi liberación y mi condena. ¿Acaso es posible que Senea haya dirigido sus palabras hacia mi corazón? Temo no haber escuchado, si mis sentidos no me engañan, aquello que es comúnmente esperado por toda iniciada. Quiero creer que sus palabras no son más que viento sucio e ilusorio, pero cualquier opción es asfixiante. Una de ellas me hace una pobre loca. La otra, me libera, pero me quita la razón siempre imaginada de mi existencia. Las dos me llevan a buscar otros aires; abandonar la regla, la primera me desintegra, pero la segunda me une a aquello en lo que ciegamente yo, Danae, he seguido a lo largo de mis escasos 17 años. Ésta es una epístola irreversible. Letzte Anfang. —
V
— Señora…— Asteris, una de las tres Damas tatuadas se dirigió a la Maidana madre de todas Ellas. —Presiento conflicto, no puedo evitar pronunciarme al respecto. La incertidumbre me recorre, el aroma a fétido caos me desconcierta; no puedo más que acudir a usted en este día de desolación. Aconséjame al respecto. — La Maidana se tomó un segmento de espacio/tiempo. Cerró los ojos y dijo pausada y serena, —Nadie puede ver lo que en sí no conlleva. Dime entonces que aqueja en los interiores de tu espíritu. — Asteris palideció. Nunca antes había experimentado tanto miedo al oír la devolución de su Señora. —Temo al cambio. — susurró. —Es un buen comienzo, mi querida. Identificar el conflicto interno previene los desacatos impulsivos ante molinos viejos de nada. Aprende de este día, e interioriza lo ilusorio de tu miedo, que intenta luchar contra lo inevitable; contra el Ser de las cosas mismas: el germinal devenir. — A sus palabras, siguió un golpe en el suelo, signo sonoro de que el encuentro había terminado.
La Maidana tomó un papel finamente prensado de arroz. En él se configuraban textos ilegibles en un lenguaje que sólo una persona de alta jerarquía como ella puede fijar. Lenguaje mutante, cambiante, en los que supo leer en voz alta: —Danae la Luz. Disuelta en el polvo. Reconfigurada en el eterno presente, exaltada. — Con un ademán brusco y violento lanzó el papel a la nada del recinto de paredes verdosas. El devenir estaba accionando contra su voluntad por más intentos que hiciese por apaciguar su evidencia. Asteris había tenido una fiel intuición. Ella lo sabía más que nadie. Pero no por eso debía expandirse como un virus entre el fino orden aparente que se afanaba en enseñorear. Tomó sus vestiduras de calle reales y se dirigió decidida hacia las Puertas con el fin de reunirse de una buena vez con el Concilio de la ciudad de Rhizoma.
Se encuentra ilesa aún, la puerta hacia todas las puertas. Impenetrada la estela que la rodea, acoge el silencio encarnado en expresión desnuda; femenino fluir de misterio; sensualidad acogida, in-derramada. Y dentro. Dentro Ellas. Solo se sabe que si hablamos del interior de la puerta, hablamos de Ellas.
— Solía soñar con una puerta lejana, posterior a un pasillo infinito de nada; de abismo gris que se alejaba. — Eran tal vez otros tiempos los que cuentan de aquellas señales oníricas, según dicen, emanadas desde lo que hay detrás de todo y de nada, en las fauces de las Damas de las Puertas Cerradas. Dicen que en sueños llamaban al impávido, al imperturbable; seduciéndolo con lo arcano de sus impolutas esencias, y que no había acaso remedio que apacigüe el deseo privado, subyacente y desgarrante que en velo sabía impredecir al más cauto.
Entre Ellas, existe Ella. No evidencia distinción alguna con respecto a otras Ellas ni en apariencia ni en forma; ni en gestos, ni en decisiones protocolares concretas. Pero existe Ella, cuando observa las estrellas en el momento en que debería fijar su atención en la Luna. Existe Ella cuando su perfume sabe escaparse por la cerradura de la Gran Puerta inducido por su voluntad secreta e invisible. Ella existe en su diferencia ínfima respecto a todas Ellas.
II
El Silencio arquetípico y esperado, solía romperse a las horas de la tarde, horas de recreatividad dócil. Las pequeñas muchachas correteaban con sus sotanas brillantes por los parques obtusos, jugando a las escondidas y riendo. Cuando deseaban lluvias, se dirigían al círculo del agua infinita a descifrar las historias que cada gota trae consigo. Allí en donde la humedad del cielo no sabe cesar, es donde se encontraba Danae, antes del Solsticio de Verano que debería presenciar por vez primera.
Como cualquier muchachita de 17 años consagrada a Elis, Danae sabía que Rhizoma era un mundo hostil, que pertenecía a una estirpe destinada a la purificación paulatina del conflicto, y que, básicamente, existían dos facciones en el plano terrestre, con las cuales no debía intentar comunicarse. Nunca supo bien la razón; simplemente se atenía a repetir que la Orden del Polvo no hacía más que blasfemar a Dios, protegiendo fanáticamente un gran Templo de Arena, y que el Sacerdocio del Caos, era el extremo mal para la sociedad, en sus preceptos azarosos y delirantes, y sus adeptos; seres manipuladores y mentirosos. Tales eran las leyendas del mundo exterior, aún desconocido para ellas.
Las gotas caían con pesadumbre en las vestiduras y en el rostro de la niña. Bastaba la mera voluntad, para que uno de aquellos segmentos de agua murmurase algún secreto. Lo difícil era saber escuchar y comprender los mensajes, y por esta razón, no significaba más que un juego. La Maidana y algunas Damas de alto rango, eran las únicas con el nivel de descifrar los misterios, y a ellas acudían las niñas cuando la curiosidad picaba más de la cuenta. Las Damas mayores leían de este modo el destino de cada pequeña, percatándose de aquello más acorde para su formación y misión en la vida, pero solo ellas sabían la importancia de esta aparente y lúdica acción.
Ese día Danae no tuvo deseo de correr hacia el regazo de la Maidana en busca de alguna interpretación metafórica y hermética con la cual divertirse. Guardó su secreto en lo más profundo de su corazón, sabiendo que ella sola iba a dilucidarlo muy pronto.
III
Desde los adentros, una vela encendida y estática ilumina el predio en soledad. Las paredes húmedas lo tiñen todo de un verde amorfo, cambiante, generador de formas abstractas que surcan todo el ambiente, esperando ser descubiertas. Un golpe seco hace flamear con furia la llama. Las paredes se estremecen de dibujos húmedos que ahora parecen vivos. El cetro de marfil negro se clava en el suelo, firme. El solo vaivén de la vestidura de quien ahora observa sin pasiones la sala, produce ecos armónicos que se expanden hacia el infinito. Solo la Luna, y esto es leyenda, recibe conciente el mensaje y es cuando sabe desaparecer.
El Solsticio de Verano comienza con un ruido sordo en el suelo de la gran sala. Es la única fuerza que perturba a la llama eterna, anunciando la ceremonia central de Antepasados, antepasados que se hallan dentro de todos los vivientes. Precedida de tres Damas tatuadas con las sagradas caligrafías, La Maidana penetra el tablero ceremonial. Su cabello negro nunca ha sido cortado y cubre prolija y parcialmente su torso desnudo y pálido. En sus manos una ofrenda floral al Dios Supremo. Las Damas tatuadas portan la sal, el agua y el arroz purificados por la piedra caliza a la altura de sus ojos, para no corromper el sagrado acto de su purgación previa. Lentamente, comienzan a iluminarse los rostros de incontables damas, que ya se han ubicado en sus tabulares de oración. Tres reverencias y tres palmadas inician el sagrado oficio.
— Mae metse aliquid
Ashimo i nes agor et inem at quo
sume me i coneidun saadin aeerines
tsukushei anualita mita nai
quitabe ate naalis mendilun
Harae at elis machis pitseenesi
Hameidun lares avelin decetos
uune maeido lakamos idum
ooet leibit oof
nim ei ales
ain denme ales baeteris
silira lat acos maico idem
tremens eidinuim valeidos alos
duut nos
Miro ai ete
letzte dans larete
Oshi em ete
anfang dans larete
kannagara ala I dans larete —
Dicen que la vibración que conlleva el cántico de las Damas de las Puertas Cerradas puede sanar instantáneamente a quién lo escucha. Pero dicen también que solo pocos son aquellos que perciben su suave brisa sonora. Es por eso que se guardan de la sociedad y sólo en ocasiones particulares se muestran en las artes del teatro; teatro que da cuenta de la ilusión aparente del cosmos. No es común ver a una Dama de las Puertas Cerradas deambular por la ciudad. Lo hacen solo en ocasiones en las que la sociedad amerita su presencia diplomática, importante por su temple y objetividad al juzgar un evento.
IV
— El Sol ha escuchado hoy mi canto. No encuentro mi lugar, mi piel se agrieta con la brisa polvorosa que sopla desde el infinito Este, resquebrajando los dibujos que la acarician en negro tinte. Hace días que no decoro mi rostro con aceites de marfil y mis ojos decaen. Algunos se preguntarán por qué es que escribo estas palabras; por qué es que las hago circular por fuera de mi silencioso templo interno. Aún no lo puedo definir.
Hoy presencié por primera vez la Ceremonia del Solsticio de Verano. Tal vez es por eso que escribo, ya que ha sido a la vez mi liberación y mi condena. ¿Acaso es posible que Senea haya dirigido sus palabras hacia mi corazón? Temo no haber escuchado, si mis sentidos no me engañan, aquello que es comúnmente esperado por toda iniciada. Quiero creer que sus palabras no son más que viento sucio e ilusorio, pero cualquier opción es asfixiante. Una de ellas me hace una pobre loca. La otra, me libera, pero me quita la razón siempre imaginada de mi existencia. Las dos me llevan a buscar otros aires; abandonar la regla, la primera me desintegra, pero la segunda me une a aquello en lo que ciegamente yo, Danae, he seguido a lo largo de mis escasos 17 años. Ésta es una epístola irreversible. Letzte Anfang. —
V
— Señora…— Asteris, una de las tres Damas tatuadas se dirigió a la Maidana madre de todas Ellas. —Presiento conflicto, no puedo evitar pronunciarme al respecto. La incertidumbre me recorre, el aroma a fétido caos me desconcierta; no puedo más que acudir a usted en este día de desolación. Aconséjame al respecto. — La Maidana se tomó un segmento de espacio/tiempo. Cerró los ojos y dijo pausada y serena, —Nadie puede ver lo que en sí no conlleva. Dime entonces que aqueja en los interiores de tu espíritu. — Asteris palideció. Nunca antes había experimentado tanto miedo al oír la devolución de su Señora. —Temo al cambio. — susurró. —Es un buen comienzo, mi querida. Identificar el conflicto interno previene los desacatos impulsivos ante molinos viejos de nada. Aprende de este día, e interioriza lo ilusorio de tu miedo, que intenta luchar contra lo inevitable; contra el Ser de las cosas mismas: el germinal devenir. — A sus palabras, siguió un golpe en el suelo, signo sonoro de que el encuentro había terminado.
La Maidana tomó un papel finamente prensado de arroz. En él se configuraban textos ilegibles en un lenguaje que sólo una persona de alta jerarquía como ella puede fijar. Lenguaje mutante, cambiante, en los que supo leer en voz alta: —Danae la Luz. Disuelta en el polvo. Reconfigurada en el eterno presente, exaltada. — Con un ademán brusco y violento lanzó el papel a la nada del recinto de paredes verdosas. El devenir estaba accionando contra su voluntad por más intentos que hiciese por apaciguar su evidencia. Asteris había tenido una fiel intuición. Ella lo sabía más que nadie. Pero no por eso debía expandirse como un virus entre el fino orden aparente que se afanaba en enseñorear. Tomó sus vestiduras de calle reales y se dirigió decidida hacia las Puertas con el fin de reunirse de una buena vez con el Concilio de la ciudad de Rhizoma.
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